Hoy en la mañana escuchaba una entrevista a Andrés Manuel López Obrador en Radio Bemba. Para finalizar dijo que ya se tenía que ir porque venía a Ciudad Juárez. De recorrer Sonora a recorrer Chihuahua.
La cita estaba prevista entre las doce y una de la tarde, en el Salón México (ese del que día antes mi papá me dijo ser asiduo asitente). A las 11:30 salí de mi casa, el día estuvo nublado, lluvioso y un tanto frío.
Me prestaron una camioneta para aisistir a una cita a la que personalmente me había comprometido.
Llegué minutos después de las doce, luego de manejar precavida, lentamente. Vi algunos choques por alcance en mi camino aunque afortunadamente ninguno de los charcos enigmáticos de esta ciudad que se ahoga en un vaso de agua.
Ayer me dijeron, agua de mayo ni pa´l caballo. Pero eso sí alegra, al menos a mí que no soy equino, y vuelve suaves los ánimos de las personas.
En el trayecto de la camioneta al salón, me encontré con un muchacho que llevaba una cámara y descubrí que llevaba el mismo trayecto que yo por un chaleco de esos que usan los reporteros y fotógrafos, con el escudo impreso de la Convención Nacional Democrática.
En el lugar, se veía la gente. No mucha pero eso sí muy animada: ancianos, jóvenes, alguien llevaba una playera del Ché, una muchacha con trenzas a lo
Adelita. Algunos rostros conocidos de otras partes. Un niño se me acercó y me reconoció de algún cuento que narré en una biblioteca. Me dió mucho gusto. Lo saludé y luego volvió con su mamá y su hermana menor.
Los del centro, frente al presidium eran los Brigadistas a los que el Presidente Legítimo, les tomaría protesta para empezar a comunicarle a la gente, la defensa, su defensa, la de todos, del recurso natural económico más importante y emblemático de México: el petróleo. Casa por casa, colonia por colonia.
Un grupo de música, al parecer de nombre
Cántaro, cantó algunas canciones de protesta y luego el clásico Carnavalito. Las porras comenzaron luego, porque ya había llegado. Luego siguieron, luego bajaron de intensidad porque no lo dejaban llegar los reporteros de los medios locales y tal vez algunos efusivos queriendo saludarlo.
Era López Obrador. El mismo. El vilipendiado, el villano favorito de la tele, al que le robaron la presidencia, al que no han logrado destruir porque no han encontrado con qué. Lo han comparado con alguien venido de la milicia como Hugo Chávez, con ratas como Carlos Salinas de Gortari (ese panista que ama la forma de
gobierno actual), y con genocidas como Hitler y ahora hasta lo quiere involucrar con las
FARC, alguna revistucha que ni para papel higiénico servirá. Si se contara todo el dinero que se ha usado para tratar de tratar de mancharlo, posiblemente se pagaría la deuda que le regalaron los empresarios más ricos al pueblo, el Fobaproa, la deuda externa y hasta el sueldo vitalicio de los expresidentes (y de Martita también).
Pero allí estaba, tranquilo, ameno, sin un despliegue de seguridad, cerca de la gente. Habló sobre la defensa del petróleo, de la cerrazón y ataque de los medios de información, la igualdad cupular del Pri y del Pan, de la ineptitud del usurpador, de los logros de la Resistencia Civil Pacífica, la toma de las cámaras legislativas y el debate actual que se logró con dichas acciones.
Luego vino la toma de protesta, mientras la gente se aproximaba más y más, algunos lo saludaban, todos queriendo juntarse. Fue imposible que dijeran que había que entonar el himno. Toda la gente quería que le firmara el libro, o que escuchara sus palabras de aliento, envalentonadas. Yo también me aproximé, le pedí el autógrafo. Ni el mitin de campaña, ni cuando fuí a una asamblea al Zócalo había visto de cerca al principal actor de la oposición real y pacifista de México, el México sumido en una
guerra inútil patrocinada por Washington.
Una guerra que sustituye de las agendas a los mexicanos de bien, por una oleada de muerte; la mejora de la educación por armas más potentes; el apoyo a los de inventiva y talento por bravuconerías contra fantasmas. El éxodo continua pues, la desigualdad sigue. Lo que estaba mal, sigue mal y empeora.
El Presidente de tantos y tantos mexicanos, decepcionados por todo esto y por las transas de la política tradicional, estuvo otra vez aquí. Lo saludé. Le dí una cachucha beisbolera de Cd. Juárez que compré esta mañana y me preguntó si quería que me la firmara. Le dije que no, que era un regalo y que era un placer y un honor conocerlo. Dijo gracias y luego sonrió.