¿Que los elefantes no pueden saltar?

Después de salir de su infiernillo, anduve en la coraza del volcan, caminó y caminó hasta que me sangraron las anchas patas, esas carnosidades sin forma que nunca le dejan hacer nada.

Perdí de vista todo mineral, dejó de ver el faro natural, una palmera en llamas. El ancho y creciente trinar de los pajaros se fue convirtiendo en el zumbido de un mosquito, al que tres segundos mas tarde, la espuma de una ola dejaría sin volar.

Estuve llorando, el rimel de sus ojos corrió hasta mis labios. Estaba en su etapa dark. Soy un eterno adoescente ¿que le va uno a hacer?

Allí. ¡Allí, allí, está el mar como una piedra que se mueve, como el suelo del volcan, como una criatura nerviosa, como el aire que utiliza el pajaro para volar, así, el elefante, como jesucristo, utiliza el mar, me lleva, como un pirata, como la sombra de un fantasma en la noche del apagón, profundo y tenebroso, azul y celestial y peligroso! El cielo no parece tan alto.

Estoy aquí, en la misma oficina que ella. Sus ojos voltean a verme un poco, interrumpiendo su trabajo. Yo estoy aquí, aquí, con ella. Es tan necesario decirlo. Un cristal en la arena no te dice nada hasta que la sangre te pega al pie granos de arena. Por eso estoy diciendote esto tan claramente y sin retórica:

estando en la otra orilla del mundo, no podría sentir mas ansiedad que estando del otro lado de este escritorio.