No es para picar la cebolla que sofreirá para el guiso. A menos que la cebolla sea yo y la sartén sea el suelo en que me desangro, y me cocine en mi propio jugo.
Aunque ella no sepa cocinar yo soy su sabor del mes, su sopa del día. Han pasado 36 meses y 1095 días desde que ella me ha estado cocinando a fuego lento.
A veces se le olvida que me deja en la lumbre y entonces me paso de tueste, hiervo y empiezo a gorgorear. Mis tripas y mi corazón empiezan a apestar la casa y ya es inevitable que ella deje de comer por tres días con sus noches y se ponga a llorar encerrada en su cuarto.
La cocina se queda hecha un asco y me pongo a limpiar. Luego, y aunque no sepa cocinar, abro el libro de recetas y con las sobras de mi comienzo a preparar algo e insistirle en que tiene que comer para seguir matándome.
Ella abre la puerta, y comienza a devorar mi corazón, para decirme entre risas y sollozos que me quedó desabrido.
(ilustracion de Tiffany Bozic)
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