El que sigamos amándonos
es un milagro.
Desde Auschwitz,
desde Auschwitz
me avergüenzo cuando
estoy en el abrazo.
Tu cuello pulsa
contra mis labios
como los pájaros grandes
abaten su presa.
Nuestros cuerpos
sin aliento se
unen bruscamente y
yacen desnudos
trenzados
como si alguien
les hubiera dado
una ducha mortal.
Mientras yo
sienta tu piel,
no te desollarán
para forrar una lámpara.
De golpe nos despertamos
agradecidos.
1 comentario:
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