La noche resbala por la pared y el muchacho bajo las cobijas mata el frío, se escuda entre telas, no sabe qué pensar, se le muere de espera la esperanza, vacío, como la caja de cigarros, el muchacho ve la televisión, tan próxima, que su madre moriría al verlo de la preocupación porque su hijo se le quede ciego, o bizco en el peor de los casos, hace años que viene haciendo lo que su madre le prohibía, se sigue masturbando al ver el Playboy Channel a escondidas, adivinando en la distorsión, más bien, lo que el audio desdibuja en su cabeza, hace años que está sumergido en sí mismo y hace años que no sabe quién es y tampoco se lo cuestiona mucho,
Cinco minutos más
Cinco minutos más
Y ya lleva años y años aletargado, ya no sabe qué decir, nada más balbucea, se rasca la cabeza y ob-la-dí continua su vida ob-la-dá en cosas que no son cosas, no adquieren la categoría de cosas, no ha tenido, no tendrá sus minutos de fama, antes no lo aceptaba y ahora tampoco, pero ya no le interesa, no por que haya aceptado tal cosa, sino porque no es necesario, como nada le es necesario, se queda quieto cuando escucha un ruido, pausa, y su mano se detiene, no hay nada qué decir, ni siquiera esto.
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