Me levanto en sueños.
Al pisar la arena, un cangrejo anda a un lado de mi dedo gordo. Más allá, junto al árbol muerto, verde sólo en la memoria de la abuela, mi perro lame su vientre.
Al despertar está mi cuarto que enmohece la humedad, mi computadora, el tragaluz roto que también es traga-agua.
Veo news.bbc.co.uk/spanish:
En el suburbio de Teshi, en Ghana, Isaac Adjetev Sowah fabrica unos ataúdes zoormórficos (elefantes, gallinas, peces) y grandes escalas de los objetos de uso cotidiano: botellas de cerveza, cámaras fotográficas, Santas Biblias, zapatos.
La muerte tiene su aspecto simpático: todo depende del ataúd en que se entierre. Me dirijo directo a los faros. Esos son los peores. No fumes faros, es lo que dice la gente. Deberían fabricar ataúdes en forma de cajetillas de cigarros. Como las piñatas con formas de objetos que celebran los gustos de la gente: latas de Tecate o botellas de Chivas Reagal. Cada muerto debiera ser enterrado en el fetiche de su vida: mi mamá que ha trabajado toda su vida en el IMSS podría ser sepultada en un sello a su medida con forma de aguila-protectora-de-la-madre-que-amamanta-a-su-bebé. O Diego, mi hermano, podría ser sepultado en una bota vaquera color de color azul pastel. O mi papá, en una carcacha. Yo podría ser sepultado en tarjetas para el teléfono gastadas en llamar a Iguala, Gro.
Y Nina. No quisiera que fuese sepultada nunca pero me gustaría pensar que quiere ser sepultada adentro de un elefante.
Yo quiero que esa niña linda cave mi tumba(a ella no le gusta tanto pensar en esas cosas). Prefiero más pensar que seremos eternos.
Creo que aún no he despertado. Pero es domingo y apenas es la una de tarde. Las pijamas no desaparecerán hoy.