Empiezo por dibujar un círculo pequeño, perdido en el gran tornado de tinta. En este caso yo soy Dios. Yo condeno, yo destruyo a este papel con la corrosión fresca, azul de mi boligrafo. Pero la otra vez me sentí microbio, protozoo. Y alreddor de mí todo era acidez, pH, ardor, escozor en mi eguito. Todo era alkalino, como si chupara pilas AA. El invierno descolgaba del teléfono y no me dejaba escucharla. Marcaba la cifra 01800639723410389107171#017333325861 y no ocurría lo usual no encendía la chimenea de su voz y el frio se anclaba a mi cara y el invierno descolgaba de mi nariz, Mis zapatos fueron iglues y mis dedos estalctitas. Pero la cifra no abría el cofre de su bocina. BIenvenidoasuserviciotelefónicobratel. Pero no me daba el tono. Marqué la cifra dos, tres, ocho, diez veces. A veces soy muy obstinado, aun en tiempos en que me sienta protozoo. Pero nada ocurría excepto el vaho saliendo en el temblor de mi quijada, entre mis dientes. El frio es un animal que te ataca, te puede tumbar o no, pero siempre se agarra de tu cuerpo, de tus hombros, de tu cuello, de tu vientre y de tus piernas. Luego fui asaltado. Me quitaron $12.50 m.n. a punta de navaja. Entonces la cifra ábrete-sésamo no abrió la cueva de tu maravillosa voz que alienta, calienta y arranca a esa bestia gélida. Lo único que se desprendió de mi fue el bloque de mi frustración, cayendo en avalancha de lágrimas. Regresé a la casa entre charcos, entre perros mojados, entre focos tristes, entré y detrás de la televisión me puse a llorar como una niña.
Es solo que quisiera que esa mujer estuviese siempre en casa para abrazarlo a uno.
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