Todos conocemos a la monstruo que nos da de comer. Y no dudamos en escupirla. Exhibimos sus deformaciones. Nos regodeamos en mostrar la miseria del lugar que habitamos. Y nos da prestigio mostrar las llagas que la aquejan. Somos el Bytes que llevaba de tour al redituable Hombre Elefante.
Decimos lo que le pasa, mostramos indignación. No dudamos en colocar en nuestras muritos virtuales: Yo exijo esto, yo exijo lo otro. ¡Por favor! Repentina sangre de luchadores sociales tienen, desde su palco preferencial, teclado en los dedos y World Wide Web. Habrase visto circo tan triste.
Pero está bien. Todos necesitamos de una bandera para sostener nuestros ácidos. Los ácidos de nuestra mediocridad e imbecilidad. Todos llevamos un showman en nuestro esqueleto. Necesitamos nuestro público. Nos inventamos actos de malabarismo intelectual de mierda para mostrar lo peor de esa criatura. Pasen y vean a La Ciudad Elefante: ¡Por unos centavos yo les digo por donde le brota la sangre, a que horas caga, que es lo que traga!
Menuda basura. A eso le llamo luchar, para ayudar a la monstruo (como la han clasificado, ya, todos los que tienen fotos que mostrarles). Me recuerda al joven que ayuda a una anciana, empujando su silla de ruedas entre los carros, para vender chicles: gracias hermano, pero no la ayudes tanto… Y a la revista Alarma: mostrar los órganos de un descuartizado ayuda tanto a resolver el crimen.
Gracias Señor Editor, gracias Feminista Incansable, gracias Político en Campaña, gracias Hombrecito Gris con Reflectores, gracias Poetastro. No tienen idea de cuanto se agradece nuestra valiosísima colaboración para seguir alineando espectadores.
La función comienza temprano. Con suerte, y la ven orinarse en los pantalones. ¿Quieren ver exactamente en donde le duele? Si le pico de este lado como que llora, y si le pico de este otro, como que se revuelca del dolor.
Broadway and 103rd Street
New York
1954-55
© William Klein
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