¡ALEBRIJES, ADUANEROS, JIJOS DE LA CHINGADA!
(Algo grosero para una situación grosera. Sin moraleja)
Siempre me he sentido atraído por estos monstruos mexicanos de papel mache o de madera. Los alebrijes: criaturas extrañas, mole de bestias, capirotada de vivos colores.
Nunca han estado al alcance de mi bolsillo. Vivo en una ciudad fronteriza donde lo “mexican curious” cuesta un ojo de la cara. Un ojo de la cara gringo. Es decir cuestan en dólares, en bastantes dólares…
En cierta ocasión, visitando un mercaducho donde se vende toda suerte de folklores, le pregunte a un mercachifle de mal aspecto: “¿Cuánto cuestan?” A lo que me respondió: “¿Lo va a comprar?” ¡Ah, cabron! (eso lo dije para mis adentros, con indignación). Lo peor es que el tipo tenia razón: ¿pa´ que chingados pregunto si no voy a comprar ni madres? Ni que estuviera pendejo. Bueno, si tuviera dinero me podría permitir ser un pendejo con más posibilidades de compra y de respuesta: algunos dolares se los hubiera metido por detroit y otros por la bocota ese tal por cual…
En nuestra vecina ciudad de El Paso, Texas y en un “flea market” o mercado de segunda mano, fui a encontrar estos seres fantásticos: “¿Cuánto cuestan?” A lo que el vendedor gringo-regordete me dijo: “25 centavos”. “¡¿Cuanto?!” Si, había escuchado bien: 25 centavos cada uno. Mi corazón tuvo un vuelco. Había 12 alebrijes. Por 3 dólares me los llevé todos. Los puse en una caja y ahora están en mi casa en Ciudad Juárez. 12 monstruos de papel mache por 30 pesos.
En tal “mercado de la pulgas” compró (quien me acompañaba) una impresora usada por 20 dólares. Nunca nos pasó por la cabeza la pinche aduana. Al llegar a la caseta de revisión, nos tocó luz roja, mi compa se detuvo para la inspección: “¿Qué lleva?”. Dijo un hombrecillo. “Unos monstruos y una impresora”. Los monstruos la valieron madre. La impresora dijo: “No la puede pasar porque es de segunda mano. No puede pasar equipo computacional de segunda. Nomas nuevo y con el ticket e compra”. Dijo con perfecto tono chilango. Después de algunas suplicas, de que nos pasara chance y de que no volvería a ocurrir, el muy ojete seguía con su postura de NEL. “Chinga tu madre” pensé yo. Hasta que oyó la palabra mágica: “pues traigo 10 dolares” de mi compañero…
Y sus ojos se iluminaron como luciérnagas en plena fornicacion, con ojos de cherry en el “YES, I DO” de su boda. “¿Y se los doy aquí?”. Y el dijo (o lo pensó no me acuerdo): “No´mbre me ofende usted, caballero.”
A la disimulada el aduanero tomó sus 10 dolarucos, se rompió una taza y cada quien para su casa.
Llegamos a la casa con un sentimiento de frustración o de apendejamiento, no se. Espero que el aduanero haya cambiado su billete por monedas mexicanas de a 10 pesos y se las haya introducido, una a una, por el culo…
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Hace 1 mes.
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