Ayer fue aniversario luctuoso del ¨Che¨ Guevara y hoy es el día en que John Lennon nace. Dos figuras icónicas de las revoluciones eternas. Dos que salieron de pobres casas, dejando a la familia atrás (o a quienes quedaban de ella) para realizar lo que mejor sabían hacer: ser absolutamente libres.
El Che lo hizo por la vía armada y Lennon, ya vuelto rico y ex-beatle, se lanza a la constante batalla contra la guerra, contra cualquier tipo de represión, através de su disparador: el rocanrol.
El Che ya tenía una nación que reconstruir, un paraíso para hacer una nación socialista. Idealista y combatiente de la derrota de la entonces dictadura en Cuba. Lennon ya tenía todo. Fama, poder, dinero. Los dos decidieron que no era suficiente que su espíritu tiraba más allá, que no era suficiente haber logrado algo tan absolutamente grande en su vida. Tenían familia, hijos, esposas. Debían hacer más.
Esa indomabilidad los llevó a la muerte. Murieron en la línea. No escondidos. Asesinados los dos. Y así se convirtieron en el peor horror que le puede parecer a cualquiera después de colgar los tenis: convertirse en íconos. Que su rostro se repita una y otra y otra vez. Que vendan. Que los vendan. Como vírgenes de Guadalupe en manos de Norberto.
Pero que nunca se vendieron y por eso se conviertieron en símbolos auténticos de esa rebeldía, de esa renegadez en contra de las miserias antropofágicas, del capitalismo inmisericorde y de la guerra por la guerra y de la lucha contra la opresión de los pueblos.
Sus espíritus inspiran a muchos y levantan ámpulas en otros. Pero no dejan a nadie indolente, una vez que se conoce la forma sangrienta en que terminó su vida.
Al final del día, su imagen gráfica, es sólo imagen gráfica. Y por lo tanto está expuesta a todo tipo de trato. No importa si para bien o para mal. En cualquiera de los casos se usan para demostrar la libertad de cada uno, por errónea que sea la actitud tomada. No importa si un yuppie se compra una playera con la calcomanía del Che o si un loco se baja a gritarle a unos manifestantes, mientras en su i-pod suena Power to the people.
Ellos, los íconos están allí, afuera. Y no son sagrados.
No son sagrados Andrés Manuel López Obrador, ni el Subcomandante Marcos. Pero están libres del rastro de suciedad que van dejando tras de sí Vicente Fox o Luis Echeverría Álvarez.
La diferencia radica en sus actos y en la legitimidad de sus movimientos.
Las cosas al final caen por su propio peso. La historia juzga pero solo sirve para no repetir la condena. Lo importante es lo que sucede ahora y la verdad, de lo que siempre se trata de ocultar, prevalezca. La conciencia es lo más difícil de revolucionar y sin embargo está moviéndose en nuestros días, la maquinaria correosa del cerebro dominado por la televisión, el alcohol y el sexo. Todos debemos cooperar en esa lucha si queremos ser consecuentes, no mentirosos.
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Hace 2 semanas.
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