Que las letras no se mueven, ni bailan, eso es cierto. Pero que hagan mover y bailar, eso es seguro. Que las letras llueven demasiado y que te aplastan y te sepultan, eso es cierto también. Y que a veces tu quieres decir demasiado y no hay ni quien te lea, ni quien te escuche. Y la niña que te lee, se cansa, le aburre tu estílo o te has vuelto clichémaker (y los clichés no son buenos a la hora de la nausea). Que tu sigues con la idéa de que todo lo que sucede sigue sucediendo por la misma causa y por el mismo fín, es más que comprobable. Que quisieras darle vueltas al cuello de la melancolía y sacarte el cuerpo del cansancio y darte un baño y volver totalmente renovado, revitalizado, y con la misma gana quieres que ella vuelva con ganas. Igual que la primera vez de la huída o cuando la danza sucedió sin mí. O cuando todo lo que duele es que no estés en el lugar correcto a la hora precisa y todo lo que hagas o digas será usado en tu contra. Yo sólo quiero quedarme callado a la orilla de su abismo, y salvarnos.
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