Dedicado en su integridad a Frida Landa (my wife) con todo el corazón. Este blog está cerrado, disculpe las molestias :)

lunes, febrero 28, 2005

El rey de las aves.

En el ático de esta casa de palos habita ese que se cree Ícaro. Lo digo porque varias veces, entre el continuo e irregular cucú de las palomas, escuchamos Nina y yo, cómo suben por la escalera al final de aquella vivienda. A la vez que sigue un alboroto de alas y vuelos, seguido por un gemir extraño. Extraño pero evidentemente humano.

El hogar de nuestro hospedaje es una familia de esas que del rancho, fueron empujados a la periferia de la ciudad. De lidiar con animales de granja a batallar con las bestias urbanas. El reino del concreto y esas cosas. La familia está compuesta por la madre, el padre, 4 hijos de los 4 a los 14 años de edad, dos tías maternas solteronas y la viuda abuela paterna. Todos aparentan ser normales. Tan normales como pueden ser unos rancheros en el exilio.

Nina sospecha que nuestro Ícaro es, sin duda, la mayor de las tías, quien además de levantarse pasado al mediodía de todos los días es la que desprende un aire de locura. Algo en su mirar, algo en su modo de actuar. De estar hablando de los parientes que se quedaron en el rancho aun a pesar de la sequía, pasa súbitamente a hablar del estado precario de sus muelas, y después a un tema tán profundo como la cuestión de si Dios está en todas las cosas, entonces está perdido, o una parte de Dios está perdida porque ayer mismo olvidó su peineta en un camión (la tía, no Dios). Todo esto en un corto y repentino ataque vocal, para después guardar el más sepulcral de los silencios. Pero yo más bien sospecho del muchacho adolescentemente raro de 14. Pero sólo es porque recuerdo la película de Equus...

Lo malo es que nuestra duda se prolonga en largos e insomnes debates. Y nos cuesta trabajo levantarnos al desayuno de las siete de la mañana. Además nuestra labor de observación es cada vez más descarado. Nuestro escrutinio cada vez se disimula menos entre la caja de corn flakes y el otro lado de la mesa en donde alguno de nuestros sospechosos, siente como npuntas de daga nuestra mirada fija. Nina es la más obsesiva. Una vez la descubrí interrogando demasiado al menor de los niños, con la esperanza de sacarle la sopa. ¡Pobre chamaco, tan pequeño y ya fue sometido a su primera tortura psicológica!

¡Todo esto tiene que acabar pronto! La abuela cada vez nos mira con más desprecio. Sabe bien que estamos dudando de la integridad de su familia. Estamos a punto de volvernos más locos que nuestro Ícaro misterioso...

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