Calvin, Tommy y algún otro patán de cien años con chamarra de cuero no saben que diseñan para los jodidos, y que sus modelitos del año pasado se exhiben en las revistas sobre temas sociales, tesis y estudios socioeconómicos de algunos otros patanes de barba y morrales Made-in-Oaxaca.
Igual que las sobras de los fast food restaurants y de las series de televisión, el pasado se pone rancio y pasa a otra categoría ajena a la nostalgia: a la de los agentes alergenos.
Yo viví entre chatarra y fue divertido, pero tenía 7 años y el pasado no era un muerto que tenía que cargar en la cajuela, sino el episodio anterior de los Transformers. Era bastante divertido usar aquellos otros cadáveres de refrigeradoras, lavadoras y televisores como escondites y escenarios de cruentas batallas contra invisibles robots.
Pero ahora, el pasado me causa ronchas y estas exigen de inmediato ser rascadas. Pero siguiendo los consejos, no se debe uno rascarlas o solo expandirá la comezón.
Por eso no entiendo esta moda de los creativos por profanar tumbas y sacar de ellas algunos muertitos decapitados. Descubrir que nunca hubo materia gris pero aún así conectarles los cátodos de la nostalgia, y cobrar por verlos bailar:
Yo siempre compraré algún disco de McCartney. Si es en vinyl, mejor. Yo maldito consumista.
Creo que esta es la zona del laberinto. Estoy perdido. Caí en el juicio del que yo soy juez, jurado y verdugo. Pase Usted, por aquí está la silla eléctrica.