Las Trocas Asesinas.

El sol parpadea, el viento es húmedo. La tormenta está lejos pero sopla. Camina por la acera llena de plantas con espinas. En el desierto todo es filoso, excepto la tierra que es fina. Excepto la noche que es de seda. Y las tardes que son violeta.

Hay un pulpo que llaman ciudad y es un pulpo de juguete que si echas al agua crece y se deforma y es plasta y luego sangre coagulada.

A las orillas del río graznan los cuervos sobre los nogales. La malla divide lo tuyo de lo mío y míos sólo son estos ojos cansados.

Me lanzo al vacío de un dique y los perros muertos deambulan por el aire. Partículas de muerte abrazan cariñosos mis brazos y mis piernas. Demasiada luz de oscuridad para un sólo día.

Pero renazco del otro lado de la calle porque soy un samurai al que hieres y hieres y muere y se transforma y renace y ordena el caos.

Los vigilantes miran por demasiadas mirillas pero no soy yo a quien observan. Hay trocas asesinas a las que ayudarán a suicidar trocas piadosas.