Yo no sabia manejar. Tampoco me importaba. Tener un automóvil nunca fue parte de mi plan de vida... aunque mi vida tampoco era parte del plan. Últimamente he aprendido a manejar, he estado aprendiendo. Aunque manejar no despierta en mi interés alguno. Me parece que tener carro es demasiado para lo que ofrece, que es el servicio de transportación. Pero la era moderna, posmoderna, ultramoderna o en la que estemos, nos pide que adoptemos una de esas horrendas piezas de ingeniería como parte de nuestra personalidad. Its all too much.
Tengo que invertir tiempo, dinero, paciencia. Tengo que tratar con esos seres de inframundo que se llaman mecánicos y con esos armatostes estúpidos que se llaman gasolineras. Tengo que soportar a las bestias babeantes en que se transforman los seres humanos al cabalgar una de esas cosas sedan, cosas taurus, cosas peugeot.
Y solo para llegar a un punto predeterminado.
En todas las ciudades de mierda (sin ofender) estos aparatos se vuelven vitales. Si no quiero parecer un vagabundo, un pordiosero, un pobre diablo debo tener un carro. Es lo que dicen todos. Y si además quieres parecer un hombre íntegro, debes tener un auto íntegro. Si quieres brillar como ente debes descender de un brillante, flamante, espectacular mustang. Esto es lo que nos quieren hacer creer. Esto le hacen a uno pensar en cuanto se mete en la ola del trafico.
Termino ahogado, convencido de que no tengo salvación. Termino abrazando mi pesadumbre.
Mientras tanto, una horda de bestias babeantes pasa a mi lado insultándome porque se me avería el carro a media avenida Ejercito Nacional.
Es música para mis oídos.