Del Heartbreak Hotel al Hotel Yorba.

Una vez el dolor quebró entre los dedos de un hotel, tiempo después habito el cascarón de otro, en otra parte. Este Hotel estaba solo, pero conmigo dentro. Mucho tiempo antes, un eterno girar de un ventilador colgando de la noche, en donde había de dormir para vivir la realidad. Es que en esos dias el sueño era lo que vivía, las 16 horas del dia, y la realidad eran esas ocho horas correspondientes al ataud del dia, del dia más brillante en mi historia personal, después de estar habitando una soledad enorme, del tamaño del elefante, en donde escuchaba el vibrar de una trompeta, era Satchmo celestial, y yo pensaba en que mi soledad era como África, ardiendo en las fogata de una canción llamada Skokian. En aquel entonces la soledad no tenía muros, ni ciudad, ni geografía. Era un estado en que iba de unos rayos catódicos a otros. Tan hueco. Hasta que una niña, se sentó al piano de mi tristeza y tocó Apple Blossom. Y mi natural color verde tornó rojo y luego blanco y luego negro. Y luego rojo y luego blanco. Y negro, como era de esperar, quedé luego de conocer el cielo, y vuelve a ver en su desierto el cielo más divino. Dulce ave de la paradoja. Por eso creo yo, que de estar viviendo en oscuras catedrales, el jorobado quiere volver al sur donde una llama, danza y danza en metáforas que crujen en el fuego de su propia pasión, en aquella ciudad llena de ángeles. Mientras tanto, marco el cero para pedirle a la operadora que llama por cobrar al lugar donde nació la bandera roja que ondea en el cristal de mi catalejo, esperar la señal y seguir respirando el artificial aroma de la tranquilidad en este Hotel que no se llama Destino.