¿Cual es el más cruel de los combates? Ese en donde el contrincante es un fantasma, una sombra del pasado. ¿Se puede sailr bien librado? Es a lo que se puede aspirar. Pero, ¿al triunfo? El triunfo es haber entregado todo a la vida, sin reserva de energía para después. Aprendiendo a respirar, a moverse, a resistir. Sin detenerse. ¿Cómo se reconocerá el trinufo? Mientras sucede; aunque haya comenzado despiadadamente mal, aun cuando nadie crea en lo que se vive, por lo que se vive. El triunfo es el estado de ánimo, de alerta, el impulso. Las marcas de los jodazos en la cara, la satisfacción del dolor. Al incesante, agudo dolor de haberse sometido a la vida, a la experiencia, a los brotes de sangre y al ojo perdido y a los años que van curtiendo a la soledad. Que la hacen fuerte, terca. Que taladra hasta el corazón. Pero el corazón es un músculo debajo de huesos, protegido, y casi nunca se daña en el intento. Son los huesos los que se rompen, es la piel que se raja. Son los huesos y la piel en riesgo, son lo primero que resguardar de los puños de otro. El corazón sigue allí profundo y pleno, enfrentando su propia lucha en las sombras. Hay tantos golpes esperando en tantas arenas, en tantos rounds. Hay que aprender a protegerse. Primero los huesos y la piel.